La finitud de la palabra y las penas de la incomunicación

    Si quiero que piensen en una mesa, y digo mesa, pensarán en cualquier mesa, pero eso no es lo que quiero que piensen, sino en aquella mesa que nunca vieron, nunca tocaron, nunca olieron, ni nunca apreciaron y probablemente nunca lo hagan.

    Tal vez podría intentarlo, intentar que cuando piensen en mesa piensen un poco en aquella. Primero construyamos una mesa cualquiera en nuestra mente, ¿ya está?, bueno...

    Esta mesa es redonda y tiene un pie que la sostiene. Está hecha íntegramente de madera barnizada, un color cedro tal vez. Sobre la tabla superior hay un vidrio biselado, frío, helado, que contrasta con la cálida madera, que se aprecia por debajo. En el medio hay un centro giratorio, también de madera finamente pulida y barnizada, blindada con otra lamina de hielo.

    Pero hay algo que aún no les he dicho y son los detalles, en el borde de la tabla baja una especie de sócalo, finamente tallado con dibujos ornamentales. Se pueden sentir las texturas y relieve de los dibujos contrastando con el pulido del fondo, en una tarea que invita a explorarlo a largo y sin saberlo llegar de nuevo al sitio de partida y querer seguir girando en rededor.

    Aunque tal vez esta tarea invite al infinito, en algún descuido la mirada penetrante de algún dragón se entrecruzará con la tuya, sacándote de ese círculo vicioso. Pues son tres majestuosos dragones los que forman el pie de la mesa, confluyendo sus cuerpos sostienen la tabla, mientras que sus bocas aterrizan reptando en el suelo cada uno por su lado. Tallados en madera, escama por escama, con colmillos y garras, rugiendo, gritando, con el mismo barniz de cedro que parece fuera fuego.

    Pero esa tampoco es esa mesa, puesto todavía no la olieron con el olor dulzón de madera mezclado con el olor a polvo que suele juntar los cientos de tallas que tiene. También les falta las heridas de las batallas que algunos dragones sufrieron con descuidados comensales, también falta saber que el centro giratorio no sólo era para el festín de las picadas, sino también el receptáculo del scrable, que jamás faltó en aquellas épocas donde las navidades se festejaban.

    Y aún todavía no podrían pensar en esa mesa, pero no me molesta que no piensen en esa mesa.

    Lo que come mi ser es el nudo de mi garganta, de mi lengua, de mi cabeza, que quiere cantar, llorar, reír, sangrar, morir, nacer; no sé, simplemente no sé qué palabra decir.

    Alguna vez me dijiste que no te decía te amo y te contestaba que sí lo hacía; tal vez no conformándome en aceptar que una palabra tan vacía, tan ambigua, pudiera expresar por qué el mundo gira, los colores colorean, la música encanta, y porque después de hoy hay un mañana. Tal vez debe ser porque soy malo con las palabras, que pensé que el silencio solo interrumpido por el latido de mi pecho junto al tuyo, sería capaz de cantar lo que los nudos de mi garganta, de mi boca, de mi ser, nunca pudieron.

    Pero una cosa es el silencio, otra cosa las palabras, y otra cosa es lo que es. Y en el medio, muchas cosas, que tal vez nunca sepamos bien.



Aclaración y bonus:
Esta es la versión es la no corregida, la que voy a leer tiene una corrección en unos verbos, un detalle tonto, pero prefiero esta versión así en el blog. El bonus es que mientras tipeaba esto se me ocurrió buscar una foto de la mesa, la única que encontré era de navidad, obviamente. La foto acá.