De Bénisaf à Salonique - Baya kasmi et Michel Leclerc




Música de los créditos de Le nom des gens. Muy recomendada.


Aclaración:
las imágenes son de un video casero, no de la peli.

Mar adentro

Abro los ojos, no sé dónde estoy, mi cuerpo entumecido empieza a despertar. Lo que parecía una molestia va creciendo, saco del bolsillo mi brújula, está rota; algo debió haber pasado. De pronto, me tenso y lucho por soltarme de mi, siento como se va apretando la garganta, un nudo me ahoga, no me deja respirar. Casi a punto de expirar, logro al fin dar una bocanada de aire, me suelto, me rindo. Aunque ahora la molestia es un dolor, puedo incorporarme.

La brújula rota, sin su aguja, generaba más preguntas que respuestas. De alguna manera tenía que regresar a mi camino. Una sombra fugaz pasa por al lado.

-Señor, espere, ¡señor!
-No tengo tiempo, acelere el paso y dígame que le pasa.
-Sí señor, bueno, señor, pasa, que; no, se, dónde, estoy. Puede, decir, me; dondequeda;elnorte -alcancé a decir ya sin aliento.
-Sígame

Pero por más esfuerzo que hice, pronto vi como se perdía en el horizonte. Al poco tiempo apreció otro personaje por allí.

-¡Buenos días señor!
-
-
-
-Estoy algo perdido, ¿Sabría usted decirme donde queda el norte?
-¿Cómo no voy a saber dónde queda el norte? ¿Qué se piensa?
-No, bueno, no era eso lo que quise decir, disculpe. Yo solamente quería saber dónde queda el norte.
-¿Tan grande y no sabe dónde queda el norte?
-Perdone, estoy perdido, se rompió mi brújula.
-Bueno, bueno, no me interesa. El norte es a donde me dirijo.

Era muy extraño, casi era una dirección opuesta a la que se dirigía el otro y, sinceramente, ese señor no me agradaba en absoluto.

-Muchas gracias.
-

Sentado contra un árbol, vi a aquel señor desaparecer, también en el horizonte. La molestia en la garganta volvió a aparecer, el aire pasaba áspero, casi lastimando.

Divisé un joven y fui pronto a consultarlo.
-Amigo, ando perdido, ¿sabes para dónde queda el norte?
-Fácil hermano, vos arrímate que voy derechito para allá.

Pero el joven iba en una tercera dirección, que nada tenía que ver. Cada tanto, sin darse cuenta, él imprimía giros inesperados en su andar.

Cansado, me despedí y me recosté sobre el pasto. El nudo en la garganta cedió un poco. Abría y cerraba la mano peinando el tupido gramillón, sintiendo sus texturas, la brisa me susurra, los últimos rayos naranjas me abrigan, mientras me embriago viendo el fulgor del ocaso. Estaba perdido, sin norte, mi brújula rota. Veo a las personas firmes y seguras yendo cada una por su norte, y yo, acá. Aun así lo disfrutaba, pero el ocaso pronto se irá; siento como el nudo regresa, ya casi no puedo tragar.

Me ahogo, como si hubiera despertado en alta mar. Sólo veo agua, no hay norte, sigo braceando, braceo y no veo tierra, ya los brazos no responden, la liviana agua, pesada ahora, me atrapa, me acalambra, no me puedo soltar, me ahogo, me hiela el frío de la noche. No sé qué va a pasar, ¿estoy dormido? Siento como caigo, flotando en el mar, hacia el fondo. ¿Tal vez cuando llegue al fondo despierte?, ¿en alguna costa?, ¿cómo un naufrago? Mientras caigo y me ahogo; veo a muchos caminar seguros hacia su norte, y algunos otros ahogados que creen caminar.


Quiero

Quiero poder entender, quiero querer no querer,y no querer querer. Pero no puedo, o no quiero; no lo sé o no creo saber. En el fondo siento algo, y no sé sí es que lo sé y no lo quiero saber, o es simplemente hambre... Ya fue, me como el pastel.

La Zanahoria Cósmica

Cuentan los hombres, que hace mucho tiempo existió un gran rebaño de burros, que vagaban y hacían estragos por doquier. Los habitantes del lugar, sufrían constantemente el asedio de los jumentos y sólo lograban contenerlos a base de zanahorias; pero esto requería mucho esfuerzo. Mas todo cambió, cuando un día, un gran pastor logró domar al rebaño. Les prometió una zanahoria muy especial, perfecta, gigantesca, tierna y dulce; pero para eso debían portarse bien y sólo los mejores serían premiados con aquella zanahoria cósmica.

Los burros, fascinados al oír sobre aquella zanahoria, aún con muchas dudas y sin entender nada de ella, cegados por su deseo, fueron detrás de la cósmica delicia. Así pronto, los burros se volvieron domesticables, ayudaron en las tareas y se dejaban montar, mientras seguían pensando en aquella zanahoria.

Pasaron los días, los meses, los años, el pastor falleció; mas los burros, aún hoy, siguen esperando aquella zanahoria, la zanahoria cósmica.